¡Hola, habituales del blog y también lectores ocasionales que habéis llegado hasta aquí hoy, buenos días a todas/os!
Me complace mucho entrevistar en el blog a Mia Martín autora de la trilogía Samsarí que fue una de mis lecturas destacadas durante el 2019 y que ha venido al blog a presentarnos su nuevo trabajo: Al filo del agua, que es la primera parte de la bilogía Viento y agua.
Noemí: ¡Hola Mia!, sabes que tenía unas ganas locas de entrevistarte desde Samsarí, por lo tanto,
¡bienvenida!
Mia: Muchas gracias Noemí, como ya te dije para mí es un honor visitar tu blog😊
UN POCO MÁS DE MIA SEGÚN ELLA MISMA ...
Siempre le digo a todo el mundo, a modo de broma, que nací por error en la isla de Tenerife, así consta en mi DNI: nacida en Fasnia, Sta Cruz de Tenerife. Y digo por error, porque con menos de un mes de nacida mis padres se trasladaron a Las Palmas y me he criado en la vecina y eterna rival isla de Gran Canaria, pero la realidad es que adoro mi tierra. Creo que quien nos llamó islas afortunadas estuvo muy acertado. Sus gentes, sus paisajes, costumbres, gastronomía y la situación geográfica y climática. Cuando a veces lees por ahí si te mudases a vivir a algún otro lugar, ¿cuál sería? En mi fuero interno rechazo la idea de abandonar mis islas.
Cualquiera puede decir que ser padre/madre le cambió la vida, y es posiblemente el tópico más aterrador al que deberás enfrentarte en tu vida si te conviertes en padre/madre. Sí, mi vida también dio un giro de 180°, hasta el punto de que si no fuera por su nacimiento yo jamás hubiera escrito la trilogía Samsarí. Antes de que ella viniera al mundo era estricta, pragmática y vivía aferrada al aquí y al ahora. Llegó ella, que es un alma vieja, sabia y muy especial, puso todos patas arriba y empecé a leer, investigar y aceptar cosas que antes jamás me hubiera molestado en discutir y sí de esas lecturas y de otras cuantas inquietudes nació la trilogía Samsarí.
Sin Samsarí jamás hubiera visto la luz Al filo del agua, porque, aunque parezca imposible de creer, una historia nació con la otra. Así que supongo que le debo a mi hija mi carrera como escritora y el ser hoy una persona mucho más flexible, más relajada y feliz.
***
Noemí: Hablando contigo el otro día me comentabas que Al filo del agua es una historia muy distinta a tu primer trabajo, la trilogía Samsarí. Cuéntanos un poco el porque de esta afirmación.
Mía: Creo que Al filo del agua está en las antípodas de Samsarí y, por un lado, me gusta que sea así, por otro, me aterra.
Me gusta porque creo que es importante reinventarse, salir de la zona de la confort y arriesgar.
Me aterra porque, quizá, haya lectoras que se acerquen a Al filo del agua deseando encontrar algo similar a Samsarí y nada más lejos de la realidad.
Donde Samsarí es descarnado, violento y salvaje; Al filo del agua fluye como una barcaza en un río manso, es mucho más pausada, algo más melancólica, aunque creo que es el ritmo que la historia pedía. Samsarí es energía y crudeza. Al filo del agua es nostalgia y ternura. Así al menos las percibo yo.
Noemí: Al filo del agua forma parte de una bilogía, ¿Cuándo podremos leer su segunda parte?
Mia: Saldrá a finales de enero de 2021, concretando el 28 de enero de 2021.
Mia: Saldrá a finales de enero de 2021, concretando el 28 de enero de 2021.
Noemí: Se que disfrutas mucho del proceso de documentación de tus novelas. ¿Cómo ha sido introducirse en la cultura asiática?, esa inmersión en un pais como China. Explícanos un poco tu experiencia.
Mia: He vivido angustiada por tener que introducirme en la cultura asiática y me explico mejor. He pasado los últimos tres años documentándome para Al filo del agua y como cualquier persona que se inicia en el estudio de una nueva materia (más aún de una cultura tan basta, compleja, ancestral y misteriosa
como es la China) cuanto más sabes, menos sientes que sabes. Hoy día, pienso: dios mío, todo lo que aún me queda por saber, por estudiar, por aprender de China, pero en algún punto hay que plantarse y terminar tu historia.
Empecé por lo básico que cualquiera puede saber sobre su historia reciente, y continué tirando del hilo y al final me he quedado con una madeja inmanejable entre los dedos que todavía estoy desenredando. Así me he sentido durante todo el proceso de documentación, cuando creo que he llegado a un final, me topo con otro callejón sin salida. Como quien pasea por los hootongs de Pekín.
Mi mayor temor al acercarme a la cultura China era hacerlo con cierta prepotencia o ese cinismo occidental de creernos mejores o más avanzados,
evolucionados, como si los mirara por encima del hombro. He terminado de escribir Al filo del agua sintiéndome humilde y agradecida ante la complejidad y la grandiosidad de la literatura China. Me paso el día recomendando autores chinos. Es una maravilla, lo digo de todo corazón.
Noemí: ¿En qué período histórico está ambientada esta bilogía (Viento y agua) en concreto?
Mia: La historia se desarrolla en dos tiempos. La primera parte se desarrolla entre los años 1892 y 1898 y la segunda parte abarca desde el año 1900 hasta la década de 1950, pero no se trata de una historia líneal, al igual que ocurre con nuestros recuerdos, da saltos en el tiempo amoldándose a lo que los protagonistas nos quieren contar de su historia.
La bilogía Viento y Agua abarca el final de una era en China; la caída de la dinastía Qing, el ocaso de una civilización y la venida de la Republica popular China. Un periodo convulso que se mueve entre tradiciones milenarias y los nuevos avances que traen los extranjeros; electricidad, ferrocarriles, una nueva forma de entender la vida.
La bilogía Viento y Agua abarca el final de una era en China; la caída de la dinastía Qing, el ocaso de una civilización y la venida de la Republica popular China. Un periodo convulso que se mueve entre tradiciones milenarias y los nuevos avances que traen los extranjeros; electricidad, ferrocarriles, una nueva forma de entender la vida.
Mia: Al filo del Agua relata la historia de un amor que nace en la infancia entre dos niños que vienen de mundos opuestos. Se trata de un amor prohibido, un amor que se debe mantener en secreto porque podría destruir la fragilidad del mundo en el que se ha criado nuestra protagonista, Meimei (Hermana Menor). Meimei es hija del jefe de la aldea, Zhang Hou, criada por su abuela y la primera esposa de su padre, vive en la mansión Zhang rodeada de grandes tradiciones y ritos sagrados, de respeto hacia los antepasados, un hogar que se pone patas arriba cuando irrumpe en esa burbuja el matrimonio Byrne.
Uther Byrne es hijo de un misionero irlandés, un hombre profundamente religioso que ha sido destinado a la aldea de los Zhang. Uther nace y crece en China, por lo que vive a caballo entre dos mundos, sintiéndose parte y, al mismo tiempo, extranjero de una nación y unas costumbres que considera suyas.
Junto a ellos hay muchos otros personajes; la abuela y el hermano mayor de Meimei, la primera esposa de Zhang Hou, los padres de Uther, los amigos que hacen por el camino y también algún que otro enemigo.
Noemí: A estas alturas mis ganas de leerla que ya eran muchas, no han hecho más que aumentar y seguro que a las lectoras/es del blog, les ocurre lo mismo.
Mia: Gracias Noemí, espero que así sea y disfrutéis mucho con ella.
😉💙
Noemí: Volvamos un poco a cuestiones más generales, sobre ti, la vida y los libros, siempre los libros...
Mia: Venga, ¡dispara!
Noemí: En un mundo cada vez más digitalizado y una sociedad que sufre de estrés por inmediatez, ¿ Cómo crees que encajan los libros y sobre todo los que tienen un contexto histórico o una ambientación más elaborada?, ¿Crees qué
tienen cabida en este mundo del S.XXI ?
Mia: Confieso que a veces dudo de todo, hay días que veo el mundo literario muy cuesta arriba, pero sí, encajan y son necesarios. Toda la literatura lo es. Lo ves en tus propias elecciones. Hay veces que el cuerpo te pide una novela
ligera, divertida y entretenida, otras en cambio, necesitas sumergirte en alguna historia más concienzuda, de esas que te impulsan a releer un párrafo dos o, incluso, tres veces porque tienes la sensación de que no has captado todos los matices.
Noemí: Me comentabas en tu visión de ti misma (bio) que la maternidad fue un catalizador para terminar escribiendo Samsarí. ¿Por qué decidiste pasar de
lectora a también escritora?
Mia: Sí, es cierto. Samsarí existe porque fui madre, sin mi hija hubiera terminado escribiendo algo completamente distinto. Ni mejor ni peor, distinto.
Siempre he escrito, desde la infancia. Empecé con un diario, creo que con 8 o 9 años, luego pasé a pequeños relatos. Recuerdo que mi hermano veía cada tarde, en verano, el tour de Francia y y yo usaba los pueblos por los que transcurrían las distantas etapas para inventarme historias. Así que tengo
muchos, muchísimos, relatos ambientados en el sur de Francia. Ya adulta, y antes de sumergirme en Samsarí, escribí mi primera novela. Nada menos que un tochazo (también romántica) sobre la invasión normanda en la Inglaterra sajona del siglo IX, que reposa mansamente en un cajón y ahí seguirá por los siglos de los siglos.
Noemí: ¿Cómo compaginas tu actividad laboral con tu faceta de escritora? ¿ Tienes algún ritual o manía a la hora de escribir ?
Mia: He leído la pregunta muerta de risa. Voy a ser muy sincera: aún no estoy segura de compaginar nada. Me muevo por impulsos. Hay días que no escribo nada y otros que no suelto el ordenador.
Y sí, tengo una manía que me impide escribir. Necesito encontrar la “canción” perfecta para la escena que tengo que escribir. Antes no era una cuestión tan relevante. Con el paso de los años, se ha vuelto obsesivo. Sin la música perfecta, no puedo escribir.
Noemí: ¿Cuáles son tus autores referentes o modelos a la hora de escribir?
Mia: Antes de Al filo del agua te hubiera contestado que Isabel Allende y Florencia Bonelli y lo siguien siendo, por supuesto. Ahora añado a Amy Tan, Anchee Min, Jung Chang, Yan Lianke, Pearl S. Buck, Mo Yan, Yu Hua y me permito
incluir en esta lista a una poetisa que me fascina, Yu Xihua.
incluir en esta lista a una poetisa que me fascina, Yu Xihua.
Noemí: ¿Cuál es tu personaje de ficción literario favorito?
Mia: Uy, esta pregunta es complicada de responder, tengo muchísimos. De los que más me han marcado, al punto de volver a ellos una y otra vez:
Huberto Naranjo de Eva Luna, Isabel Allende, y la propia Eva Luna.
Anastasio y Enrique de Edad prohibida, Torcuato Luca de Tena.
Artemio Furia de Me llaman Artemio Furia, de Florencia Bonelli y, por supuesto, su protagonista femenina Rafaela Palafox y Binda.
Las dos protagonistas de la Perla de China de Anchee Min. Las adoptaría y me las traería a casa.
Noemí: ¿ A quién admira Mia Martín en la vida real?, ¿Quienes son tus heroes cotidianos favoritos?
Mia: En general, admiro (y envidio) a las personas organizadas, son mis héroes anónimos. Esas personas meticulosas que hacen listas, tienen mil alarmas para recordarlo todo y jamás se olvidan de una cita. En particular, a mi pareja que es una todoterreno amante de las listas y las alarmas, sin ella me ahogo. A mi madre y a mi hermano, mis anclas, son unos cracks. Y, sobre todo, mi hija, porque me ayuda a tener los pies en la tierra, a estar presente y a vivir ahora.
Huberto Naranjo de Eva Luna, Isabel Allende, y la propia Eva Luna.
Anastasio y Enrique de Edad prohibida, Torcuato Luca de Tena.
Artemio Furia de Me llaman Artemio Furia, de Florencia Bonelli y, por supuesto, su protagonista femenina Rafaela Palafox y Binda.
Las dos protagonistas de la Perla de China de Anchee Min. Las adoptaría y me las traería a casa.
Noemí: ¿ A quién admira Mia Martín en la vida real?, ¿Quienes son tus heroes cotidianos favoritos?
Mia: En general, admiro (y envidio) a las personas organizadas, son mis héroes anónimos. Esas personas meticulosas que hacen listas, tienen mil alarmas para recordarlo todo y jamás se olvidan de una cita. En particular, a mi pareja que es una todoterreno amante de las listas y las alarmas, sin ella me ahogo. A mi madre y a mi hermano, mis anclas, son unos cracks. Y, sobre todo, mi hija, porque me ayuda a tener los pies en la tierra, a estar presente y a vivir ahora.
Noemí: Recomiéndanos un libro que haya sido para ti un antes y un después en tu vida.
Mia: Hay millones, pero creo que el libro que marcó un antes y un después fue Eva Luna de Isabel Allende. El primer libro con el que me obsesioné con 13 años.
Lo leía una y otra vez. Creo que hay fragmentos que aún me sé de memoria.
Noemí: Muchas gracias Mia por prestarte a que te conozcamos un poco más como persona y por contarnos tantas cosas de Al filo del agua. He disfrutado muchísimo charlando contigo😉
Te deseo mucho éxito con tu historia.
Mia: Muchas gracias a ti por hacerlo posible y por invitarme a tu blog, de verdad que ha sido un placer inmenso.
***
A continuación Mia Martín comparte con nosotras el prólogo, el inicio del primer capítulo y el "booktrailer" de Al filo del agua, aquí en Meraki. El blog de @Seshat. ¡Mil gracias de nuevo!
***
Prólogo
Anhelos expresados
Baronscourt House, Irlanda, 1950
—Le ruego que me disculpe. Me distraje y olvidé lo que hablábamos, ¿qué era lo que me preguntaba?
—No tiene que disculparse, Su Excelencia. Me contaba usted sobre sus días en el Perú...
—Ah, sí, eso era, Perú... No fue una buena época para mí y es una pena porque es un país hermoso, ¿no lo cree? ¿Lo ha visitado alguna vez? —Ante la negativa del señor Hans, Cao Camarthen apretó ligeramente los labios—. Los recuerdos de mis días en Lima están teñidos de amargura. Verá, cuando llegué a tierras americanas, yo acababa de huir de China en medio de una situación algo delicada. Dejé atrás todo cuanto amaba... ¿Qué está haciendo, señor Hans?
Harold Hans, de pie frente al aparador, se dio la vuelta con una tetera en la mano y la mirada perpleja, espejada tras unas inusuales gafas redondeadas.
—Servir el té. Con su permiso, por supuesto.
El cuero del butacón crujió cuando la anciana duquesa se incorporó, negó la ayuda de su doncella y sujetó con firmeza la empuñadura de su bastón de ébano. Caminó los pocos pasos que la separaban de la mesa alargada.
—Eso me temía, que estuviera usted sirviendo el té. Oh, ustedes con sus prisas siempre estropeándolo todo. Por favor, estese quieto, hágase a un lado y déjeme a mí.
El señor Harold Hans asintió y ocultó la diversión que le causaba tanta solemnidad ante un asunto trivial como el té. Se hizo a un lado mansamente.
—¿Para qué magazín dice que me entrevista? —Cao Camarthen se colocó a su lado y, con un movimiento enérgico, estiró el brazo—. Sujéteme esto, si es tan amable.
Harold Hans tomó el bastón con torpeza y carraspeó.
—Para el Hearst, Su Excelencia, y permítame transmitirle la emoción que sentimos. El redactor jefe, el señor Strauss, se halla exultante por esta oportunidad que nos concede. —Apretó los dedos en torno al mango de ébano—. Y yo... soy un admirador de su obra. No todos los días se tiene la oportunidad de hablar con un miembro de la flor y nata británica que copa las listas de los más vendidos en América.
—El té debe ser tratado con respeto, señor Hans. Acérquese, vamos, no sea tímido. Primero se hierve el agua, luego se sirve en una taza y a continuación echamos las hierbas, ¿lo ve? Y, entonces, esperamos. Observe cómo se desrizan las hojas en la superficie. Inhale, señor Hans, inhale con fuerza.
La duquesa, inmersa en alguna especie de sagrado ritual, tomó aquella pequeña taza de forma oval con ambas manos y se la entregó con una inclinación de cabeza.
—¿Es menta?
—Té de jazmín, importado de Hangzhou, la ciudad más espléndida del mundo. Eso dijo Marco Polo y no estoy por la labor de llevarle la contraria, ¿no le parece? —La anciana se hizo con su bastón y tomó asiento. Agradeció la taza que le entregó su doncella y señaló un butacón frente a ella—. Bien, ¿por dónde íbamos? —El señor Hans abrió la boca para contestar, pero la duquesa pareció recordar y asintió con un gesto de cabeza—. Ah, ya recuerdo. Usted insiste en estropear una hermosa historia por esa estúpida obsesión moderna de llegar al fondo del asunto. ¿Es así como se dice ahora? Lo leí el otro día en un reportaje de su revista: la verdad detrás del mito.
—Yo no diría tanto. No deseamos estropear la historia, todo lo contrario, buscamos enriquecerla. Su vida, y permítame el atrevimiento, es de las más fascinantes que he tenido el privilegio de leer, pero hay un párrafo al final de su novela Al filo del agua que no logro sacarme de la cabeza porque no lo encajo con el resto de la historia. Lady Camarthen —se aclaró la garganta antes de proseguir—, me gustaría leerlo con usted. Desearía conocer el porqué. Nunca lo ha aclarado y deja a sus lectores con un final ambiguo.
—Con la miel en los labios. Adelante. —Cao ocultó una sonrisa llevándose la taza a la boca—. Lea ese párrafo que le roba el sueño, señor Hans.
Harold Hans se agachó y con movimientos precisos abrió su maletín y le mostró con una sonrisa satisfecha un ejemplar de su novela. La portada de esa primera edición disgustaba enormemente a la duquesa, pero en su momento no le dio la importancia debida. Era un rasgo de su carácter, sus aprendizajes llegaban tarde o nunca. Lady Camarthen sorbió su té y asintió. Hans abrió el libro y buscó la página, le echó un vistazo nervioso y carraspeó antes de comenzar a leer.
—Dice así: «Jamás lograría recuperarme de ese momento que adquiriría, con el paso de los años, dimensiones de leyenda en mi memoria. Lo recordaría incluso cuando de tan vieja mis manos se doblaran sobre sí mismas y mis ojos perdieran la capacidad de asombrarse ante las maravillas que albergaba el mundo, cuando fuera incapaz de caminar y yaciera postrada en una cama y olvidara todo lo demás; el hechizo que ejercía en mi espíritu la música del guqin, el sensual balanceo de un sampán sobre las aguas mansas de mi antigua aldea o el color exacto de los ojos del hombre que amaba. Cuando ya no lograra recordar mi propio nombre, jamás olvidaría el instante en el que el príncipe dragón se derrumbó a mis pies».
—Más que una expresión de mis vivencias, ese párrafo es el lamento por los anhelos sepultados...
—Pero ¿cuánto de verdad hay en él?
—Oh, la única verdad es que todo es mentira.
Hans parpadeó varias veces, visiblemente contrariado. Sin saber qué más hacer, cerró el libro.
—No, no entiendo —musitó al cabo—, usted ha dicho en repetidas ocasiones que sus novelas relatan sus memorias.
—Señor Hans, como testigo privilegiado de mi propia vida y de aquellos que la han compartido conmigo, he procurado escribirla tal cual lo siento. —Sus ojos oscuros se posaron sobre el rostro alargado de Harold Hans con una secreta picardía que solo aquellos que la conocían podían apreciar—. ¿Se ha fijado usted en cómo funciona nuestra memoria? Lo que ayer fue dicha hoy es tristeza y mañana será anhelo o lo habremos olvidado por completo. Señor Hans, lo que usted llama verdad tiene poca trascendencia en realidad. Veo que no está de acuerdo. No, no trate de disimular para evitar ofenderme. De todas formas, le diré algo para aliviar la decepción que leo en sus ojos. La verdad tras ese párrafo, esa que tanto lo inquieta, es que fui yo la que terminó derrumbándose a los pies del príncipe, aunque eso ocurrió muchos años después de ese suceso.
—Usted...
—Permítame, ya que se ha tomado la molestia de viajar desde tan lejos, y le contaré la verdad detrás del mito. Hoy me siento generosa. —Sorbió su té—. ¿Por dónde empiezo? Siempre me hago la misma pregunta. Qué desatino ser tan vieja y no haber dado con una respuesta apropiada. Creo que será mejor empezar por Perú, ¿no habíamos hablado ya de mis días en Lima?
—Así es, señora duquesa, me contaba usted sobre sus años allí.
—En Lima comencé mis cartas desesperadas. Esas que tanto gustan entre el público femenino, según su revista. Escribí cientos de ellas, muchas las destruí sin volver a releerlas siquiera, me perturbaban. Otras las conservé para expiar mis culpas y unas pocas me atreví a publicarlas. Le mostraré las vergonzosas. —Para sorpresa de Harold Hans, la duquesa le guiñó un ojo y luego elevó la mano para avisar a su doncella—. Rosa, por favor, traiga las cartas. ¿Pido para usted algún refrigerio?
Hans negó avergonzado y se aferró a su tacita de té.
El trino de los pájaros, al otro lado de las cristaleras entreabiertas, acompañó el silencio que se instaló en la sala dorada donde la duquesa recibía a sus visitas.
—Aquí están. Gracias, Rosa, puedes retirarte. Llévate esto, por favor. —Le entregó la taza y tomó las cartas. Con manos temblorosas, Cao acarició los sobres amarillentos y desató el lazo que las unía—. Oh, no se angustie por mí, señor Hans, ya no me lastiman. Hace mucho que me reconcilié con ellas. Mi abuela decía que yo había nacido del aire, que vine al mundo para volar, ¿qué otra cosa podía hacer yo entonces si no escribir para atrapar mi espíritu, aunque fuera en una hoja en blanco? —Hans asintió sin tener del todo claro la relación entre una cosa y otra—. Póngase cómodo que aún tiene unas cuantas horas por delante. Comienza así...
Uno
—Le ruego que me disculpe. Me distraje y olvidé lo que hablábamos, ¿qué era lo que me preguntaba?
—No tiene que disculparse, Su Excelencia. Me contaba usted sobre sus días en el Perú...
—Ah, sí, eso era, Perú... No fue una buena época para mí y es una pena porque es un país hermoso, ¿no lo cree? ¿Lo ha visitado alguna vez? —Ante la negativa del señor Hans, Cao Camarthen apretó ligeramente los labios—. Los recuerdos de mis días en Lima están teñidos de amargura. Verá, cuando llegué a tierras americanas, yo acababa de huir de China en medio de una situación algo delicada. Dejé atrás todo cuanto amaba... ¿Qué está haciendo, señor Hans?
Harold Hans, de pie frente al aparador, se dio la vuelta con una tetera en la mano y la mirada perpleja, espejada tras unas inusuales gafas redondeadas.
—Servir el té. Con su permiso, por supuesto.
El cuero del butacón crujió cuando la anciana duquesa se incorporó, negó la ayuda de su doncella y sujetó con firmeza la empuñadura de su bastón de ébano. Caminó los pocos pasos que la separaban de la mesa alargada.
—Eso me temía, que estuviera usted sirviendo el té. Oh, ustedes con sus prisas siempre estropeándolo todo. Por favor, estese quieto, hágase a un lado y déjeme a mí.
El señor Harold Hans asintió y ocultó la diversión que le causaba tanta solemnidad ante un asunto trivial como el té. Se hizo a un lado mansamente.
—¿Para qué magazín dice que me entrevista? —Cao Camarthen se colocó a su lado y, con un movimiento enérgico, estiró el brazo—. Sujéteme esto, si es tan amable.
Harold Hans tomó el bastón con torpeza y carraspeó.
—Para el Hearst, Su Excelencia, y permítame transmitirle la emoción que sentimos. El redactor jefe, el señor Strauss, se halla exultante por esta oportunidad que nos concede. —Apretó los dedos en torno al mango de ébano—. Y yo... soy un admirador de su obra. No todos los días se tiene la oportunidad de hablar con un miembro de la flor y nata británica que copa las listas de los más vendidos en América.
—El té debe ser tratado con respeto, señor Hans. Acérquese, vamos, no sea tímido. Primero se hierve el agua, luego se sirve en una taza y a continuación echamos las hierbas, ¿lo ve? Y, entonces, esperamos. Observe cómo se desrizan las hojas en la superficie. Inhale, señor Hans, inhale con fuerza.
La duquesa, inmersa en alguna especie de sagrado ritual, tomó aquella pequeña taza de forma oval con ambas manos y se la entregó con una inclinación de cabeza.
—¿Es menta?
—Té de jazmín, importado de Hangzhou, la ciudad más espléndida del mundo. Eso dijo Marco Polo y no estoy por la labor de llevarle la contraria, ¿no le parece? —La anciana se hizo con su bastón y tomó asiento. Agradeció la taza que le entregó su doncella y señaló un butacón frente a ella—. Bien, ¿por dónde íbamos? —El señor Hans abrió la boca para contestar, pero la duquesa pareció recordar y asintió con un gesto de cabeza—. Ah, ya recuerdo. Usted insiste en estropear una hermosa historia por esa estúpida obsesión moderna de llegar al fondo del asunto. ¿Es así como se dice ahora? Lo leí el otro día en un reportaje de su revista: la verdad detrás del mito.
—Yo no diría tanto. No deseamos estropear la historia, todo lo contrario, buscamos enriquecerla. Su vida, y permítame el atrevimiento, es de las más fascinantes que he tenido el privilegio de leer, pero hay un párrafo al final de su novela Al filo del agua que no logro sacarme de la cabeza porque no lo encajo con el resto de la historia. Lady Camarthen —se aclaró la garganta antes de proseguir—, me gustaría leerlo con usted. Desearía conocer el porqué. Nunca lo ha aclarado y deja a sus lectores con un final ambiguo.
—Con la miel en los labios. Adelante. —Cao ocultó una sonrisa llevándose la taza a la boca—. Lea ese párrafo que le roba el sueño, señor Hans.
Harold Hans se agachó y con movimientos precisos abrió su maletín y le mostró con una sonrisa satisfecha un ejemplar de su novela. La portada de esa primera edición disgustaba enormemente a la duquesa, pero en su momento no le dio la importancia debida. Era un rasgo de su carácter, sus aprendizajes llegaban tarde o nunca. Lady Camarthen sorbió su té y asintió. Hans abrió el libro y buscó la página, le echó un vistazo nervioso y carraspeó antes de comenzar a leer.
—Dice así: «Jamás lograría recuperarme de ese momento que adquiriría, con el paso de los años, dimensiones de leyenda en mi memoria. Lo recordaría incluso cuando de tan vieja mis manos se doblaran sobre sí mismas y mis ojos perdieran la capacidad de asombrarse ante las maravillas que albergaba el mundo, cuando fuera incapaz de caminar y yaciera postrada en una cama y olvidara todo lo demás; el hechizo que ejercía en mi espíritu la música del guqin, el sensual balanceo de un sampán sobre las aguas mansas de mi antigua aldea o el color exacto de los ojos del hombre que amaba. Cuando ya no lograra recordar mi propio nombre, jamás olvidaría el instante en el que el príncipe dragón se derrumbó a mis pies».
—Más que una expresión de mis vivencias, ese párrafo es el lamento por los anhelos sepultados...
—Pero ¿cuánto de verdad hay en él?
—Oh, la única verdad es que todo es mentira.
Hans parpadeó varias veces, visiblemente contrariado. Sin saber qué más hacer, cerró el libro.
—No, no entiendo —musitó al cabo—, usted ha dicho en repetidas ocasiones que sus novelas relatan sus memorias.
—Señor Hans, como testigo privilegiado de mi propia vida y de aquellos que la han compartido conmigo, he procurado escribirla tal cual lo siento. —Sus ojos oscuros se posaron sobre el rostro alargado de Harold Hans con una secreta picardía que solo aquellos que la conocían podían apreciar—. ¿Se ha fijado usted en cómo funciona nuestra memoria? Lo que ayer fue dicha hoy es tristeza y mañana será anhelo o lo habremos olvidado por completo. Señor Hans, lo que usted llama verdad tiene poca trascendencia en realidad. Veo que no está de acuerdo. No, no trate de disimular para evitar ofenderme. De todas formas, le diré algo para aliviar la decepción que leo en sus ojos. La verdad tras ese párrafo, esa que tanto lo inquieta, es que fui yo la que terminó derrumbándose a los pies del príncipe, aunque eso ocurrió muchos años después de ese suceso.
—Usted...
—Permítame, ya que se ha tomado la molestia de viajar desde tan lejos, y le contaré la verdad detrás del mito. Hoy me siento generosa. —Sorbió su té—. ¿Por dónde empiezo? Siempre me hago la misma pregunta. Qué desatino ser tan vieja y no haber dado con una respuesta apropiada. Creo que será mejor empezar por Perú, ¿no habíamos hablado ya de mis días en Lima?
—Así es, señora duquesa, me contaba usted sobre sus años allí.
—En Lima comencé mis cartas desesperadas. Esas que tanto gustan entre el público femenino, según su revista. Escribí cientos de ellas, muchas las destruí sin volver a releerlas siquiera, me perturbaban. Otras las conservé para expiar mis culpas y unas pocas me atreví a publicarlas. Le mostraré las vergonzosas. —Para sorpresa de Harold Hans, la duquesa le guiñó un ojo y luego elevó la mano para avisar a su doncella—. Rosa, por favor, traiga las cartas. ¿Pido para usted algún refrigerio?
Hans negó avergonzado y se aferró a su tacita de té.
El trino de los pájaros, al otro lado de las cristaleras entreabiertas, acompañó el silencio que se instaló en la sala dorada donde la duquesa recibía a sus visitas.
—Aquí están. Gracias, Rosa, puedes retirarte. Llévate esto, por favor. —Le entregó la taza y tomó las cartas. Con manos temblorosas, Cao acarició los sobres amarillentos y desató el lazo que las unía—. Oh, no se angustie por mí, señor Hans, ya no me lastiman. Hace mucho que me reconcilié con ellas. Mi abuela decía que yo había nacido del aire, que vine al mundo para volar, ¿qué otra cosa podía hacer yo entonces si no escribir para atrapar mi espíritu, aunque fuera en una hoja en blanco? —Hans asintió sin tener del todo claro la relación entre una cosa y otra—. Póngase cómodo que aún tiene unas cuantas horas por delante. Comienza así...
Uno
Un ave muerta
Casona Mendoza, Lima, en el año de 1909
Ignoraba que el agua podía consumirte lo mismo que el fuego.
Como uno de esos pajarillos que alertan a los pescadores acerca de las alimañas que vadean las áreas pantanosas, confié en mi astucia para hacer frente a la inmundicia y, de ese modo, al igual que el héroe salva la situación al final del cuento, vencería sobre la injusticia y la barbarie. Sin embargo, no pude ver la naturaleza paciente con la que el depredador aguarda.
Lo siento, de verdad, lo siento.
Decía mi nainai que ave muerta no teme el agua hirviendo. El vacío crece y yo chapoteo como ese pajarillo en la lumbre; ahogándome hasta diluirme, mas no me quemo porque nunca fui un ave. Y eso se convirtió en el primer obstáculo que enfrentamos.
Me transformo tal vez en mariposa antes de que mis alas ardan. Una mariposa que alza el vuelo porque desea inmolarse ante la gran esfera roja. ¿Puede el dragón acariciar el sol para unirse a tal insignificante criatura? ¿Lo haría por mí?
Uther, ¿lo harías por mí?
He tenido que detener mi mano después de trazar los caracteres de tu nombre con mi pincel. Lo dejo a un lado, goteando la tinta negra, cerca de aquel viejo lapicero tan bonito. Era bonito antaño, ahora está ajado y deshilachado; aun así, no me decido a deshacerme de él.
Para proseguir esta carta, intento conjurar aquella vieja rabia con la que solía acicatear mi pereza vital. Sin embargo, dudo de que todo aquello mereciera tal gasto de energía por mi parte. Vuelvo a sentarme en este butacón demasiado nuevo, apoyo las manos en mi mesa de trabajo y, en un acto de rebeldía, tomo un lápiz. No tengo muy claro cómo encauzar mis palabras. Las ideas van y vienen, sobrevuelan a mi alrededor burlándose de mi desatino, penden sobre mi cabeza, aunque ninguna logra asentarse y tomar forma de entre la maraña de sentimientos que me embargan. Creo que voy a estallar.
¿A dónde se han ido las palabras escondidas en mi cabeza? ¿Dónde dejé las lecciones aprendidas de las viejas palabras?
De entre los miles de recuerdos que conforman nuestra vida en la aldea, hay uno que me atormenta porque irrumpe a voluntad; una voluntad que desde luego no es la mía, no obstante, me dejo arrastrar por ella como en un sueño.
¿Recuerdas algo de aquellos días? Yo sí, aunque a veces me inquieta descubrir que he podido olvidar alguna de los cientos de sonrisas que dan vida a tus encantos. Tan cotidiano era observarte que jamás me detuve a atesorarlas para la época de sequía. Aquello que te dije ese día me persigue y no logro entender muy bien el por qué o, tal vez, sí que lo comprendo y decido permanecer sumida en el reposo del ignorante, o del cobarde.
Lo murmuré a orillas del Pangshan bajo el cielo cerúleo de aquel último invierno. El viento del oeste crujía en nuestros oídos provocándonos escalofríos que sacudían nuestras extremidades y hacían temblar a los álamos.
Comenzó a llover, pero yo no me di cuenta. Provocas eso en mí, me dejas ciega a los detalles.
El agua desbordaba desde lo alto de tu frente despejada y escurría hasta la punta de tus cabellos, me guiñaste el ojo y me arrastraste hasta aquel pabellón vestido de glicinias porque eres impaciente y allí, en mitad de la gran escalinata de piedra, tomaste mi rostro entre tus manos ásperas de dedos encallecidos y nudillos resecos. Entreabrí los labios, el gélido viento se llevó mi suspiro, y tu boca cayó sobre la mía con la violencia de una tempestad. Y me dejé ir. Tu amor me catapultaba a una realidad que no creía posible antes de que nos iniciáramos en esto de los placeres de las nubes y la lluvia.
—¿A qué estás jugando? ¿Por qué no respondiste a ninguna de mis notas? —me reclamaste en voz baja, aunque con imperio.
Yo, estremecida y anhelante, sacudí la cabeza de un lado a otro, lo que pronunció la sujeción de tus manos sobre mis mejillas húmedas y sofocadas.
—No lo sé. —Elegí la verdad menos dolorosa—. Quería mortificarte.
Una vez dicho me impresionó haber sido capaz de semejante osadía. «¿Quién eres Uther Byrne que no me cuesta mostrarte mis ruindades?».
—Lo imaginé —lo dijiste con aspereza, sin embargo, sonreíste: una sonrisa sesgada, algo socarrona al despuntar de las comisuras. No te vi sonreír, pero lo sentí sobre mi piel excitada—. Te gusta ser cruel con aquellos que más te aman —susurraste—. Nunca entenderé, ¿qué siniestro placer encuentras en ello?
Las glicinias lloraban nieve sobre nuestras cabezas
Tuve que elevar la voz para que me oyeras por encima del fragor del viento, del ímpetu de tu deseo y del agua nieve que caía a nuestro alrededor. Mis palabras salieron en estampida golpeándote:
—¡Ignoraba que el agua puede consumirte lo mismo que el fuego!
Eso te grité, aunque tú no lo entendiste, ¿cómo hubieras podido? Y te echaste a reír, embriagado por la idea del sexo. Nada más hablar experimenté un pinchazo de temor. Me arrepentí al instante de exponer a los cuatro vientos un pensamiento tan íntimo, tan furiosamente mío. Para disimular ese miedo y los otros que mantenía en secreto me entregué a ti.
Mi nainai tenía razón. Siempre la tuvo con respecto a ti, también en lo referente a mí, pero yo me negué a escucharla durante años.
—Los hombres occidentales no entienden nada, Cao. Son obtusos e ignorantes —me explicaba mientras colocaba las fichas del weiqi sobre el tablero y sorbía el té de su taza—. Observan el pez, mas no ven la corriente.
—El agua da la vida, nainai —le contesté con mucha seguridad días más tarde, con la nariz chata apuntando al frente y mis ojos oscuros cegados de sin razón, desafiantes, clavados en los de mi abuela—, permite crecer árboles y plantas, que los valles se llenen de trigo y arroz.
—Sí, niña tonta, sí, el agua es buena, pero tu querido Uther no es la buena lluvia que cae del cielo. Ese hombre del demonio es como el océano que separa el mar de la china del mundo bárbaro que tanto te fascina. ¿Y sabes lo que le ocurre al infeliz que se adentra en sus aguas oscuras? —Chasqueó la lengua y me sujetó de la barbilla clavándome en las mejillas las fundas de carey que decoraban sus uñas—. Que se ahoga peleando contra sus corrientes malignas. Tú naciste del aire, nada puedes hacer frente a los embates del mar.
No calculé hasta que fue demasiado tarde que la pasión poco y nada tiene que ver con el amor y que el mismo fuego que te doblega y parece abrasar con todo a su paso termina convertido en cenizas.
Cartas desesperadas a un esposo ausente.
¡ Muchas gracias por leer esta publicación ! Si os ha gustado, podéis daros una vuelta por el blog y si os interesa su contenido, seguirlo cuesta muy poco y anima muchísimo a continuar 😉
¡ Que las buenas lecturas os acompañen !📚🙌
Una grandísima escritora que os va a maravillar con esta novela. La entrevista preciosa y honesta, como es ella.
ResponderEliminarQue ganas de leerla ya!! 💙📘
EliminarAunque aparezca Maypi, soy Mía Martín,🤣 muchas gracias, Noemí, por esta entrevista tan cuidada y entrañable. Te mando un abrazo enorme.🥰
ResponderEliminarGracias Mia🤩!! Muchos éxitos con tu nuevo trabajo 📝😊❤️
EliminarMe gusta mucho la sociedad en la que se ambienta la novela (bilogía). Me gusta leer historias de entonces y de allí lejos ;). Tengo pendiente leer algo de esta autora y algún día me animaré.
ResponderEliminarGracias por la entrevista
Muchas gracias Carmen!! Te recomiendo no dejar pasar el conocer a la autora. Para mí el año pasado, fue todo un descubrimiento!😉 #Recomendadísima😊
EliminarQue grande es Mia, ay que me la como!!!! Muy buena entrevista, ha sido genial y con muchas ganas de leerlo, besos a las dos y Noe espero que estés mejor, un abrazo
ResponderEliminarGracias bonita!! Estoy un poquito mejor y volviendo muy lentamente a la normalidad. Ya mismo podemos volver a leer a Mia. Un abrazo 🤗
EliminarQue buena entrevista y qué bonito fragmento del libro. No he leído nada de Mía pero espero ponerle remedio en el nuevo año...
ResponderEliminarBesos a las 2 😘
Muchas gracias por pasarte a comentar.Seguro que el 2021 nos traerá grandes lecturas como esta, que promete y mucho. Un abrazo! 🤗😘
ResponderEliminarMe ha encantado la entrevista, y estoy deseando tener la novela en mis manos y comenzar a leer!! China es una cultura que me fascina, y unida a la maravillosa escritura de Mía, estoy segura de que la voy a disfrutar un montón!!
ResponderEliminarLo mismo digo Marta! Muchas ganas de ponerme con ella, seguro que va a ser una lectura muy interesante e intensa 🤗😘
EliminarGracias 😊